Dos nuevos teléfonos iPhone (iPhone 6 y iPhone 6 Plus) y, por fin, un reloj… Tim Cook sabía muy bien lo que se jugaba en esta ocasión. Como suele suceder con todos los eventos de Apple, la expectación era máxima. Pero a diferencia de las demás, esta vez la firma de la manzana no podía permitirse el lujo de despachar el asunto con una actualización más o menos vistosa de sus productos ya existentes. Había que hacer algo más, mostrar algo nuevo y demostrar, de paso, que la compañía puede seguir haciendo grandes cosas incluso sin la genialidad del desaparecido Steve Jobs.
El desafío no era fácil, pero el objetivo se cumplió plenamente. Desde 2010, en efecto, Apple no había enseñado nada realmente nuevo, y en todas las presentaciones de los últimos cuatro años, además, se percibía aún, de alguna manera, la impronta póstuma de Jobs, los últimos proyectos, a medio hacer o apenas esbozados, del hombre que colocó a la tecnología en el centro de nuestras vidas. Ésta de hoy era la primera vez en que Tim Cook no podía subirse «a hombros de gigantes» y tenía que enfrentarse al futuro con sus propias fuerzas.