Tenía pensado escribir de otro tópico pero el calor es lo único que no para de correr por mi mente.

Si vives aquí en California, seguramente has notado el clima tan raro en la mitad de octubre. Hace un año exactamente, la temperatura estaba en los 76 grados donde vivo actualmente. Hoy, la temperatura llegó a los 107 grados.

¿Está claro que hubo un cambio de clima, no? ¿Entonces por qué existen personas que no creen en “climate change” si aquí presenté un ejemplo que lo demuestra perfectamente?

Sé que esta cuestión forma mucho debate y hasta peleas entre personas. Por eso, me enfocaré solo en compartir mi experiencia de hoy a causa de eso.

Todo empezó a las 6 de la mañana cuando me levanté. Después de apagar mi alarma y luchar contra el sueño, agarré mi celular y busqué por el clima pronosticador para planear la ropa que me iba a poner. Felizmente vi que decía 77 grados así que me puse jeans y una campera porque el colectivo siempre me congela.

Después de llegar a la universidad pensé que el aire se sentía más caliente de lo habitual, pero sabiendo que la máxima sería solo 77 grados, decidí ignorarlo.

Es cuando salí de mi primera clase que empecé a dudar de mi misma. Eran las 11:30 de la mañana y se sentía como si fuera que estaba en los 90 grados. “El pronosticador no puede estar TAN errado” pensé y entonces chequeé mi celular otra vez. Por alguna razón todavía decía 77 grados pero luego levanté mis ojos un poquito más y leí el nombre de la ciudad en la esquina superior izquierda de la pantalla a cual la aplicación estaba pronosticando. Decía “Lisboa, Portugal”… es decir, ni siquiera los Estados Unidos.

Desesperada cambié el nombre de la cuidad y vi que la temperatura pronosticada para afectarme en ese entonces iba a llegar a los 105 grados. Quedé blanca como la leche, pero leche a punto de hervirse con el fuego de calor que hacía.

Rapidito me fui a tomar refugio en un edificio cercano antes de que empiece mi próxima clase. Planeé que colectivo tomar después de que termine la facultad pero otra vez elegí mal. Por lo menos esta vez sin ser tan culpable.

Una vez que llegó el colectivo después de haber esperado 10 minutos en la temperatura más alta del día, me subí con tanta alegría al saber que siempre me muero de frio en los colectivos. Mi mala suerte decidió visitarme una vez más cuando el aire sofocante del transporte me pegó duro al subir. El aire acondicionado del colectivo estaba roto y yo con jeans le dije adiós a mis piernas.

Por suerte y milagro llegué a casa en una pieza entera y aprendí que no duele expandir la visualización o percepción un poco para verificar si algo tiene sentido o no con las situaciones presentes.

Uno debería buscar por respuestas activamente.

No vale la pena quedarse con la duda o creencias anticuadas.

La ceguera de las creencias
Melanie Danoviz

Imagen Crédito: Melanie Danoviz