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Desde el año de 1843, Iztapalapa celebra la Semana Santa por medio de representaciones realizadas con gente de su propia comunidad. Protagonistas que han mantenido su fe a lo largo de muchos años, la han convertido en una herencia cultural para el mundo

Al filo de las dos de la tarde, Jesús de Nazareth es golpeado y humillado como hace 2 mil años, una vez que fue llevado ante Herodes, quien se lavó las manos luego de que la turba optó por liberar a Barrabás, criminal beneficiado por una disposición extralegal, populista. El determismo histórico se cumplió y lo fatal, no por consabido, deja de sorprender.

Es la Pasión del Cristo en Iztapalapa, que reúne multitudes, la masa y el poder estudiado por Elías Canetti. Es 2015, abril 3, y corre la representación 172 de la Semana Santa que tiene como marco portentoso el Cerro de la Estrella, convertido este día en Gólgota, en el Monte de la Calavera, en el Monte Calvario.

Son 150 personajes principales, para un total de 5 mil participantes, todos disfrazados y quienes costearon su traje, los detalles más ínfimos. Todo para que más de 2 millones vean, o medio vean, una historia que se renueva y que los viejos repiten a sus nietos e hijos.

Desde las ocho de la mañana, los personajes de los diferentes pasajes bíblicos comenzaron a aparecer, para seguir la narración. Anoche se dieron la última cena de Jesús con sus discípulos, los apóstoles a los que les cantó el gallo; Judas cumplió su destino de ser el traidor, el vendedor del Hijo del Hombre. Jesús alejó el cáliz, que su padre le invitó para cambiar la rueda de la historia. Y no se hizo su voluntad…

Preso, como a un personaje kafkiano, el poder anuló la individualidad de Jesús.

Miles atestiguan, como cada año. “¡Justicia, justicia, justicia!”, se escucha una y otra vez. Los ángeles sólo ven, impotentes.

Hoy, todo comenzó en la calle 5 de Mayo. Una larga procesión marcó el último día de Jesús en la Tierra. En la Macroplaza, en el Jardín Cuitláhuac, grandes escenarios, de mayores dimensiones que en otros años, se suceden los pasajes bíblicos.

Los asistentes llegaron con trabajo desde diferentes puntos de la ciudad, del país y del orbe. El cerco hacia el oriente comenzó en Santa Cruz Meyehualco. Largas filas de fieles y profanos caminaban hacia Iztapalapa.

Los bicitaxis cobraban diez pesos por persona, niño o adulto, por una dejada al Metro UAMI.Pero de ahí había que caminar. Afortunadamente el Metro sí funcionó normal. En Cerro de la Estrella, Iztapalapa y otras estaciones, ríos de personas se adelantaron rumbo al Gólgota, para esperar el paso de Cristo.

Nieves, aguas, paletas, fruta, jugos… todo lo impensable para saciar la sed y aguantar el sol a plomo. Niños de brazos reflejan una escena dramática sólo posible por la fe. Son medio tapados por sus padres. El mercado es una variedad de colores, olores y sabores. Desde quesadillas hasta pescados al mojo de ajo.

Los romanos a caballo transitan de un lado a otro y se confunden, se mezclan, con los policías, los agentes del orden.

Pasantes de medicina y para médicos miden la presión sanguínea, la glucosa, atienden a los mareados, a los insolados. Se acercan las tres de la tarde, la hora del fin. Será el viacrucis.

Son 150 personajes principales, para un total de 5 mil participantes, todos disfrazados y quienes costearon su traje, los detalles más ínfimos. Todo para que más de 2 millones vean, o medio vean, una historia que se renueva y que los viejos repiten a sus nietos e hijos.

Daniel Agonizantes, quien desarrolla el papel de Jesús, de 25 años de edad, afirmó que no sufrirá por el sol, ni por la lluvia, si la hay, porque por una vez en su vida estará cerca de Dios, en la cruz.