LA SAZON DEL CORAZON

Mira mi’jo, una buena chillada nunca le cae mal a nadie ¡pero no exageres!, vas a terminar por sazonar tus tacos de tanto chillarles encima, y para eso no estoy yo que ya le puse al taco lo que debía.

¿Me oí muy dura con el muchacho?, pensé después, pero pues no, yo creo que no. ¡Ay ese Luisillo!, me lo mandaron del terruño por un tiempo acá a Gringolandia según para que aprenda inglés. Y claro que acepté, pues si se trata de ayudar y una puede, pues venga.

Y listo que nos salió este Luisillo, rápido que le encuentra el modo y va avanzando en el inglés, hasta eso que se tomó en serio a lo que venía. Al poco tiempo a trabajar, y está bien pues está en la edad y es parte de la vida. Así, cuando regrese hasta con su dinerito se va a ir. Bueno, esas eran las buenas intenciones. ¿Qué pasó luego?, pues ahí está el asunto del luego.

Ya trabajando fue donde la puerca torció el rabo, primero guardaba su dinerito, dos tres cositas sí se compraba y algo traía para la casa, hasta que conoció a otro muchacho que dijo le iba a enseñar lo que es la vida, porque su tía chachalaca –o sea yo-, no sabía cómo se vive aquí en Estados Unidos, y menos llevarlo a los lugares que él conoce.

De todo esto me vine enterando tiempo después, para cuando Luisillo ya andaba como muñeca fea llorando por los rincones encima de la comida. Ni modo de que no me diera cuenta de que algo le pasaba. Ya no era el mismo muchacho que llegó a mi casa. Lo que pasa es que no soy metiche y no le decía nada, pero solo necesitaba un empujoncito y que se suelta como hilo de media a hablar.

Se la creyó, soñó y se cayó. Pensó que una chica se había enamorado de él, que tenía el mundo a sus pies, y después se dio cuenta de que ella vivía así. La conoció en uno de esos sitios de entretenimiento, donde su buen amigo lo llevó, ¡que digo su amigo, su ‘brother’ del alma!, y allí Luisillo pensó que había descubierto el hilo negro. Pero, si camina como pato, se ve como pato, y hace como pato… ¡pues es un pato!

A Luis le costó trabajo darse cuenta de que si ya no iba a la escuela, dejó de ahorrar, ya no tenía dinero para él y solo ‘vivía’ para Viviana, pues que eso no es precisamente amor, y mucho menos “el gran amor de su vida”. Ese era el origen de su moquera, la buena noticia es que tenía solución. No hay peor ciego que el que no quiere ver, así que Luisillo se topó duro contra la pared.

Mira m’ijo, no eres el primero ni serás el último en entrar la mundo por esa puerta, le dije, ahora ya nadie te lo cuenta. Mínimo tuviste la humildad de llorar como macho y aceptar que perdiste tres de las tres caídas. La máscara y la cabellera. De tu dinero, ahí si ya ni llorar es bueno, piensa que te salió barato, ya solo es cuestión de chambear de nuevo y ya la hiciste, le seguí diciendo.

Lo que sí te vas a tener que fijar bien, es si la viva de Viviana no te dejó de regalo una enfermedad de Venus, porque eso es harina de otro costal.