Te puedo dar todo en la vida, excepto entusiasmo”, Joaquín Sabina
Desde niños acostumbramos empezar el año nuevo llenando una hojita con una hermosa lista de buenos propósitos. De hecho son promesas que hacemos a cambio de juguetes y regalos. Con el tiempo, los “compromisos” de portarse bien se convierten en las “resoluciones” de Año Nuevo, el intento de realizar cambios positivos para mejorar nuestras vidas.
Pero… a pesar de todas las ganas que le ponemos, en el fondo ya sabemos que sería un éxito cumplir con al menos la mitad de ellos. Lamentablemente la realidad es mucho más cruel: según la revista “Time” el porcentaje de propósitos cumplidos no supera el 12%… Es decir, tan solo cumplimos 1 de cada 10 propósitos que nos proponemos.
Entonces, ¿tiene sentido seguir llenando hojitas con buenas intenciones destinadas a quedarse nada más como “buenas intenciones”? Para buscar la respuesta necesitamos revisar en nuestra historia familiar y en nuestra cultura lo que nos limita y también lo que nos impulsa en el desarrollo de todas nuestras potencialidades.
Todos conocemos el amor, el dolor, la tristeza, el miedo. Todos anhelamos algo de nuestros padres, de nuestra pareja, de nuestro trabajo, que tal vez nunca recibiremos. Todos tenemos la misma necesidad de amar y ser amados.
Y queda claro a todos que para que se cumplan los propósitos que nos ponemos cada nuevo año sólo tendríamos que actuar con determinación, “echarle ganas” y asumir ciertas responsabilidades. En dos palabras, ‘ser adultos’ y comportarnos como tales.
La falta de cumplimiento de las promesas y resoluciones que nos hacemos a nosotros mismos, tiene que ver con un fallo en la voluntad, una ruptura entre lo que se desea y lo que se hace
En realidad nos ponemos muy “adultos” justo a la hora de hacer la lista, que termina siendo un auténtico catálogo de maravillas, pero seguimos actuando como niños en la vida real, atrapados en nuestros anhelos y carencias, condicionados por nuestras lealtades ocultas, de hecho incapaces de asumir la plena responsabilidad de nuestras vidas.
De modo que se requiere hacer la lista de propósitos de manera realmente consciente. Esto implica tener claro qué se quiere, qué se está dispuesto a hacer, qué responsabilidades puede asumir, por cuánto tiempo, y con cuáles recursos cuenta para asumir compromisos que pueda cumplir.
La reflexión y la aceptación son los primeros pasos para un cambio profundo y duradero, sin embargo no siempre es sencillo dar este paso, pues nos encontramos involucrados en historias, resentimientos y círculos no cerrados que nos impiden ver con claridad por qué no logramos desarrollar todo nuestro potencial.
De ahí la importancia de tomar conciencia de todos los pretextos y auto sabotajes inconscientes que impiden nuestro crecimiento.
Por el contrario, la voluntad es una de las más bellas cualidades humanas; la voluntad es el movimiento interno que realizamos para ir de las intenciones y pensamientos a la acción.
La falta de cumplimiento de las promesas y resoluciones que nos hacemos a nosotros mismos, tiene que ver con un fallo en la voluntad, una ruptura entre lo que se desea y lo que se hace. Entonces se hace necesario primero superar aquellas situaciones que afectan y modifican nuestra voluntad, para mirar con mayor claridad qué sucede con aquellos propósitos que han quedado relegados año tras año e impulsar un cambio real y efectivo.
Y tú ¿cuáles son tus verdaderos propósitos para el 2015?